En Puri, en el este de India, más precisamente en el estado de Orissa se encuentra un templo inmenso: el Templo de Jagannath.
Jagannath es el “señor del Universo”. Los que no son hindúes no pueden entrar. Se considera este un lugar de lo más sagrado, residencia del mismo dios Vishnu, y no es accesible a los que, en la perspectiva hindú, no están en el alma.
Lo que puede parecer un comportamiento fanático adquiere todo su significado en un nivel simbólico. A través de las asanas de las series Jagannath el señor del mundo, tanto lo hindúes como los no hindúes pueden entrar en el templo de su cuerpo y conocer la unión (yoga) con el Señor Supremo.
Para que se cumpla esta magia, hay que ser puro a toda costa. El cuerpo y el espíritu deben ser puros. El ego tiene prohibida su residencia en el Alma o más bien se verá absorbido allí ya que es su propósito y objetivo definitivos, al igual que la polilla acaba apagándose sobre la llama de una vela por lo mucho que le atrae la luz. Perderá su aliento, y será su última mutación.
Puri es una ciudad santa, una ciudad de peregrinaje. A lo largo de este peregrinaje de nuestro cuerpo, nos dirigimos hacia el desapego del sentido de lo mío y lo tuyo.
En una escuela cerca de Puri se enseña la primera de las seis series Jagannath.
Hace muchos años, una yoguini que había vivido mucho tiempo en Puri enseñó a Serge Vallade (Cercle du yoga Jagannath de Paris) la primera serie. Serge ya tenía una larga práctica tras de si, y por eso sintió inmediatamente hasta qué punto esta serie estaba cerca de la perfección, observando todos los movimientos de energía suscitados al realizar esta sucesión de asanas.
Las series que siguen son el «fruto” de encuentros sucesivos con sannyas (seres que han renunciado al mundo) que poseían justamente el hilo de estas prácticas superiores y que le ayudaron así a elaborar este programa de evolución postural.
Según se avanza a través de las series es como ir entrando en el agua del río, en la corriente de energía, el prāna que nos purifica, nos vuelve sutiles, nos va acercando hacia un estado idóneo de armonía. Para el ojo interno, cuando el cuerpo ya es pura energía, lo percibimos únicamente como luz y fuerza condensada.
Cada una de estas series corresponde con el despertar de un estado del ser interior.
De este modo se desarrolla una sensación de armonía y paz, un sentimiento de despertar. A través de los āsanas y movimientos, el vigor físico nacido de la fricción de la energía espiritual y del fuego de la sangre, el agni de los Vedas se explora, se educa, se integra y se manifiesta sistemática y totalmente. Así vamos hacia una purificación cada vez mayor y cuyo término es el paso del estado rajásico/tamásico al estado sátvico. Una puerta abierta a la trascendencia a través del conocimiento del estado del Puro Silencio, en el fuego de un cuerpo devuelto a su luz.
Al nombrar esta práctica Jagannath, la secuencia de asanas se convierte de algún modo en una ofrenda, una ofrenda silenciosa al Ser Eterno que dormita dentro de nosotros.
La práctica se convierte en un ritual cuyo dios invisible es tan solo la excelencia de nosotros mismos. Ofrecemos nuestra práctica simplemente porque nos otorgamos el derecho de aceptar que lo sagrado pasa por nuestro cuerpo físico. Esta gimnasia no es solo un trabajo de estiramiento, de refuerzo de los ligamentos o de veleidades musculares, sino un acto, un don donde el orgullo y la suficiencia se ven vencidos por la consagración creativa, por esa fe tan sencilla que guía hacia la iluminación y niega la desesperación de poseer una existencia. Como dice Sri Krishna en el Bhagavad Gita, cuando se dedica a algo mayor que nuestra individualidad, el desapego ante el resultado de nuestras acciones nos lleva directamente a la Paz.

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