En un bosque inmenso cubierto de arbustos espinosos, vivía un ser que tenía mil brazos y mil piernas, completamente quieta e inmóvil. En uno de sus brazos llevaba una maza con la que se golpeaba en distintas partes de su cuerpo. Atemorizado por los golpes, echó a correr presa del pánico y cayó en un pozo. Tras salir de él con gran esfuerzo, volvió a golpearse con la maza y se asustó todavía más, lanzándose a correr por un bosque de bananos.
Aunque no había ningún otro ser que pudiera atemorizarlo, se puso a llorar preso de histeria. Cuanto más nervioso estaba, más golpes se daba a sí mismo, sin poder evitarlo, de modo que no paraba de gritar y de correr, atemorizado por sus propios golpes.
Brahmá contemplaba todo esto con su visión interna y con el poder de su voluntad le detuvo y le preguntó: ¡Detente!. ¿Quién eres?. Pero aquel hombre estaba tan perturbado que le tomó por un imaginario enemigo y siguió llorando con grandes alaridos.
Después, en un ataque de súbita locura, comenzó a dividir su cuerpo miembro a miembro y de cada parte de su cuerpo salía un nuevo ser.
Después, en un ataque de súbita locura, comenzó a dividir su cuerpo miembro a miembro y de cada parte de su cuerpo salía un nuevo ser.
Cuando terminó de hacerlo, Brahmá vio muchos seres que se golpeaban a sí mismos y corrían espantados de un lado a otro, llorando y gritando. Detuvo a uno de ellos que comenzó a insultarlo sin dejar de correr presa del pánico. Preguntó a otros y vio que no todos se comportaban del mismo modo. Algunos de ellos escuchaban su pregunta y dejaban de correr.
Otros le ignoraban o le miraban con temor o desprecio.
Otros le ignoraban o le miraban con temor o desprecio.
Había algunos que ni siquiera querían salir de los pozos en donde habían caído. Aunque el bosque era grande ninguno encontraba un lugar seguro para la vida que habían elegido. Todavía hoy puedes ver a esa gente corriendo por el mundo de un lado a otro, como ignorantes hormigas que han olvidado la entrada de su hormiguero. Tú mismo has llevado esa vida de ignorancia e ilusión durante mucho tiempo y todavía no te has dado cuenta.
Ese bosque no está lejos de aquí, ni ese extraño ser vive en una tierra exótica y desconocida. El bosque es nuestro mundo, un gran vacío que sólo puede ser visto por la luz de la inteligencia interna, que es el ser (o seres) que aparecen en la parábola. Unos aceptan la sabiduría y otros la rechazan y prefieren continuar sufriendo.
Esta historia ilustra la naturaleza auto-torturadora de la mente humana. Corremos de aquí para allá buscando alivio a nuestra situación humana. Al no encontrar alivio muy a menudo sufrimos punzadas dolorosas de auto recriminación. La vida siempre nos ofrece momentos de escape, momentos en los que podemos parar y hacer esa pregunta clave: “¿Quién soy yo?” O incluso: “¿Qué soy yo?” Sin embargo, muy a menudo pasamos por alto este ofrecimiento de la Conciencia Infinita y continuamos como éramos antes, buscando alivio a nuestros miedos en el mismo lugar que los creó: nuestra propia mente.
Vivir de esta manera es realmente vivir en el bosque del pánico, del dolor y del miedo sin fin.
El filósofo estadounidense, Maurice Natanson, habló del ego como “vestido con vestiduras de la sociedad”. A este ego los antiguos Yogins lo llamaron ahamkara ~ “el hacedor-del-yo”. Vive su vida hecha de “bienes prestados”. No sólo su vestimenta, sino me atrevería a afirmar, que todo su ser está constituido por la sociedad en la que crecemos. Para los antiguos Yogins este “yo” es totalmente un producto de la mente.
Y mientras vivamos por él estamos solas en el inmenso bosque huyendo presas del pánico y el terror de una cosa a otra, golpeándonos a nosotras mismas en el proceso.
Aisladas dentro de los límites de nuestra piel, siempre estamos buscando “otro” que nos haga totales y completas. Como buscamos en “otro” nunca lo encontramos y nuestro pánico crece. Nuestra auto-recriminación, culpa y aborrecimiento se hace más profundos. Cuanto más fracasamos en esta tarea en la que nunca podremos tener éxito, más trágica es nuestra suerte.
Podemos enamorarnos, estar con la persona amada, tener casa, los niños, el coche: toda la seguridad que ofrece el “otro”. Y aún así tenemos miedo. Trabajamos y trabajamos y trabajamos para controlar y asegurar y mantener a salvo todo lo que tenemos, pero la verdad es que nada es seguro en este bosque. ¡Estamos aterrorizadas! Y lentamente, morimos.
Pero antes de eso, desde lo profundo de nuestro interior, una voz nos dice: “¿Qué ERES?” Nos puede llamar muchas veces, pero, en nuestro terror, puede que la oigamos rara vez. Tenemos la opción de continuar como estábamos, o detenernos y cuestionar la veracidad de esta mente, de este ego.
¿Soy esta película de miedo ciego, pánico y dolor, o soy algo más?
¿Hay ALGUNA posibilidad de que sea quietud, pureza, plenitud, dicha?
Piense en una vasija: delimita el espacio, y el espacio utiliza la delimitación para cumplir un propósito en particular. La presencia de la vasija no menoscaba el espacio, está contenida dentro del espacio que permanece entero y completo. La vasija existe y está contenida en el espacio. La vasija incluso puede romperse, y el espacio seguirá siendo total, indiferenciado y completo.
Cuando oímos esa voz preguntando: “¿Qué eres?” ¿Nos pide quizás que consideremos la posibilidad de que somos el espacio incluso mientras somos la vasija?
La pregunta es: ¿nos detenemos cuando oímos esta voz?
De Swami Ambikananda Saraswati
Interacciones del lector